Manierismo lorquiano
Lorca es un filón cinematográfico aún, manda narices a estas alturas de la película, por explotar. Paula Ortiz, responsable de la meritoria
De tu ventana a la mía, se atreve a bucear en esos nichos de represión social y ética ancestral de la España profunda, en ese mundo de pasiones enconadas y primitivas, de rencores enquistados, de puertas cerradas, visillo corridos y viudas de clausura. La mejor noticia es que
La novia, una adaptación muy personal, pero a la vez bastante literal de "Bodas de sangre" es lorquiana hasta la médula. Ortiz reimagina esas claustrofóbicas atmósferas de honor premoderno, de guerras interclánicas en pueblos remotos donde no llegó el tren de la diplomacia y la convivencia, donde se resuelven rencillas a navajazo limpio, a golpe de hoz y azada, pero lo hace en el contexto visual de un postwestern a la española (el western, al fin y al cabo, siempre ha sido un género muy lorquiano), declamando los versos del maestro andaluz con una intensidad arriesgada, rozando siempre el peligroso umbral del pretenciosismo e, incluso, la pedantería.
Ortiz ha sabido plasmar el universo Lorca en letra y espíritu con una propuesta formalmente suicida. Se masca la tragedia inminente en cada plano, y la pasión amorosa se enreda eficazmente con el rencor y la mala sangre en una película que trata muy bien el verso lorquiano y que visualiza con acierto los rincones sobrenaturales y oníricos de una de las grandes tragedias del teatro español de todos los tiempos. En ese sentido
La novia propone una experiencia sensorial de recorrido largo, con una dramaturgia + puesta en escena que se pretende hipnótica y, como el texto al que rinde homenaje, desbocadamente poética.
El resultado es una impetuosa y exuberante lectura de autor de un texto jugoso, pero difícil de interpretar en imágenes. Ortiz juega con la envolvente música y con el sonido, con la arrebatadora belleza y sensualidad de las imágenes y con la pegada de un montaje muy trabajado y sugerente. El problema es que hay demasiado afán por barnizar de intensidad secuencias que ya de por sí son extraordinariamente intensas. La novia es una película valiente y meritoria, pero también exageradamente jonda. Ortiz se recrea demasiado en la plástica, ya de por sí recargadita, de las aparatosas imágenes que ilustran la monumental tragedia.
Así, la película va de más a menos, cada vez más y más debilitada por el voluminoso manierismo, por el apabullante formalismo de una puesta en escena tan seductora como, a la larga, excesiva. El equilibrio lo pone el buen hacer todoterreno de la siempre brillante
Inma Cuesta, rodeada de un elenco de secundarias de lujo, en el que dan el do de pecho muy especialmente Luisa Gavasa y Consuelo Trujillo, en dos memorables composiciones lorquianas dignas de premio Goya.
Lo mejor:
Una lectura nada convencional, y muy valiente, del universo lorquiano
Lo peor:
Un barroquismo formal que, a la larga, se revela agotador