Las canciones
Lo que se percibe en el teatro está construido a base de mil cosas (palabras, gestos, objetos, luz…) que componen un único artefacto: mosaico de mil teselas, imagen que nos hace olvidar las líneas de unión entre piedrecitas. Mal asunto si, a la salida, alguien dice “qué bonito vestuario”. Los árboles no han dejado ver el bosque. Lo mismo vale para la música: un elemento estructural que debe contribuir a sostener el edificio sin singularizarse tanto como para sacar al espectador del trance de estar absorbiendo por todos los poros una propuesta poliédrica (todas lo son, por simples que parezcan).
El párrafo anterior es la norma, el extracto del manual. Pero, ¿para qué queremos artistas, si no es para que se salten las normas? Messiez ha decidido sacarnos y meternos a placer de ese trance; forzarnos a escuchar música (en grupo y en silencio, como se hace con la clásica), y poner después en marcha otra vez el mecanismo de la suspensión de la incredulidad y demás zarandajas, obligándonos a seguir atendiendo a la peripecia convenientemente absortos. Y vuelta a sacarnos con otra canción. Y vuelta a meternos en la globalidad de la pieza. Hubiera jurado que no sería posible, pero lo es. No sé cómo, supongo que es una singular maestría en las transiciones. Yo no me la perdería.
Fecha de publicación: 13/09/2019