El desguace de las musas
Leo por ahí que alguno de los implicados declara que esto es lo más frívolo de su trayectoria. Me parece plausible, pero que nadie piense en verbenas. El acostumbrado cortejo de la tristeza, el fracaso, y la muerte sigue acompañando a la Zaranda. La frivolidad está presente en el envoltorio, porque El desguace de las musas es la recreación de las entretelas de un local de variedades. Aún quedan: yo he visto en
Barcelona despojos (dicho sea con toda la ternura posible) similares entreteniendo despedidas de soltera. Pero el desparpajo y la alegría son ya solamente brillos de alguna lentejuela ajada, entrevista en el amontonamiento de ruinas, en el vertedero de la vejez y rencor. El ponche disuelto en la quimioterapia intravenosa.
A otro nivel, y frente a los montajes anteriores que les he visto, los zarandos cuentan una historia más lineal, la narración emerge. En ese sentido, El desguace es más liviana. La alegoría está más escondida y el acento se desplaza a los desastres personales. Un teatro un pelín más lírico y menos social. En lo que cuenta, que es la solidez, el artefacto se sostiene y el destartalado convoy avanza sin tropiezos. Con un exquisito interludio en forma de auto sacramental: la muerte, el demonio, el destino y la poesía se disputan al empresario difunto.
Fecha de publicación: 30/05/2019