Crítica de Harry Potter y el misterio del príncipe

La franquicia del niño mago entra en coma con su peor episodio, en espera de un final que no llega nunca, mientras en Hogwarts no sucede absolutamente nada

Las casualidades no existen, y si resulta que los dos últimos ´harrypotters´ son los dos peores de la serie con diferencia, es razonable pensar que Warner se equivocó al depositar su confianza en David Yates que, para más inri, también dirigirá las dos últimas películas de la saga. La franquicia del niño mago es franquicia de producción, el director determina el ritmo de la historia y nada más. Rowling tiene poder de veto con casi todo, y donde no llega ella llega el enconado empeño de Warner por dotar de rocosa uniformidad al producto independientemente de quién sea el inquilino de la silla de director. En "Harry Potter y el misterio del príncipe" ese espíritu uniforme se manifiesta únicamente en los criterios de puesta en escena y diseño de producción. Yates procede con una narrativa farragosa en línea con la peor tradición de la secuelitis en el blockbuster estadounidense contemporáneo (véanse "Transformers 2" o las dos secuelas de "Piratas del Caribe"), confirmando los peores augurios que se esbozaban en el quinto Harry Potter; la saga lleva, al menos, dos películas clínicamente muerta, derrochando minutos y esculpiendo incontables secuencias de relleno.

Cinco horas de transición son demasiadas. Ignoro si a Yates le ha tocado bailar con la más fea y si con el quinto y sexto libro de Rowling de lo que se trata únicamente es de estirar la cuerda con malas artes para eternizar el filón de los huevos de oro. Pero lo cortés no quita lo valiente, "Harry Potter y el misterio del príncipe" es una película mediocre y una secuela disfuncional y estructuralmente desastrosa. Son dos horas y media de interminable metraje en las que no sucede prácticamente nada más allá de los fuegos de artificio del desenlace.

Potter sigue en el mismo sitio que hace dos películas, sus merodeos por los pasillos de Hogwarts se antojan erráticos y cansinos y tenemos la ingrata sensación de que nos están retrasando el clímax inflando el producto con aire reciclado. Yates desperdicia 150 larguísimos minutos para explayarse con las movidas sentimentales del alumnado del insti de magia. Los unos suspiran por los otros y los otros suspiran por los unos. Y no hay más tela que cortar.

La película sestea sin rumbo, sin historia que contar, sin fuerza, recursos o argumentos para hacer avanzar la trama. Tal es así que su trágico desenlace, que debería proyectar un altísimo voltaje emocional y sentimental que, viendo incluso el papel sustancial de esta franquicia en el contexto del cine familiar de ahora y siempre, debería trascender como hito trágico del cine popular moderno (no damos más pistas para no aguar la fiesta a nadie), se despacha con un ojo en el reloj y una mano en la boca para cubrir el bostezo. Yates es absolutamente incapaz de exprimir el potencial dramático de la tragedia, fundamentalmente porque su película no tiene crescendo ni nada que se le parezca.

Radcliffe sigue siendo el intérprete mediocre de costumbre, en los recreos todos juegan al quidditch y las chicas se pelean por los chicos guapos y los feos. Si tendemos un puente entre el cuarto Potter y el que está por venir no pasaría absolutamente nada. La franquicia potteriana ha perdido definitivamente el norte y su desenlace se hace esperar tanto que ya resbala. Y encima han dividido el último libro en dos mitades para hacer dos películas. Lo dicho, franquicia clínicamente muerta.

Lo mejor:

Las vistas desde Hogwarts de los Highlands escoceses

Lo peor:

Que la historia no avanza ni por activa ni por pasiva

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