Confieso que me cuesta trabajo hablar del ocio veraniego con la que aún está cayendo, pero la vida continúa y la ansiada normalidad (¿o hay que decir “nueva normalidad”) nos impone sus ritmos. Ahora, además de la desescalada -o como parte de ella-, ya se empieza a hablar de más cosas que la apertura de comercios y hostelería y las condiciones en que lo harán. Hemos empezado a escuchar voces que especulan sobre cómo podríamos disfrutar de nuestras playas y arenales sin poner en riesgo la salud pública. En Andalucía plantean zonas acotadas y vigilancia policial para no rebasar los aforos; y en algún pueblecito valenciano incluso hablan de formar parcelitas, que habría que reservar por medio de un código QR enviado al móvil. Aunque no falta el ingenio, resulta realmente asombroso.
En cuanto a las fiestas que se avecinan, todavía se mantiene la incógnita sobre qué pasará con las de las tres grandes capitales de Euskadi. Como preludio, ya hemos visto la suspensión definitiva de las celebraciones en diversos municipios de la margen izquierda -las programadas entre mayo y julio-, a las que hay que añadir las más populares: los sanfermines. Al cierre de estas líneas poca cosa nos aclaran, aunque parece que los distintos estamentos involucrados no se dan aún por vencidos. Hemos visto, en esta misma revista, la convocatoria de la próxima edición del “Concurso de Bilbainadas”, organizado por Ayuntamiento y Grupo Nervión, y también hemos oído que el equipo de Gobierno local se habría comprometido a reservar “por el momento” la correspondiente partida presupuestaria. Según parece, la Comisión de Fiestas de Bilbao, compuesta por representantes de partidos políticos, konpartsas y otros agentes sociales, ha puesto sobre la mesa hasta cuatro opciones distintas. La primera -o la última, según se mire- sería la cancelación. En principio es la que menos partidarios congrega, quizá por ser la más dolorosa en todos los sentidos, privando a la Villa de unos cuantiosos ingresos (se calcula su impacto en unos 80 millones de euros) que bien vendrían para nuestra tocada economía. Sin embargo parece difícil controlar las grandes concentraciones de gente durante 9 días. Otra posibilidad es la de un posible aplazamiento, postergándolas a fechas más tardías; pero alejarlas del periodo veraniego y meternos en otoño desvirtúa parte del encanto y podría suponer un festejo paraguas en mano. La tercera de las posibilidades la enfocan, manteniendo las fechas previstas (22 al 30 de agosto), acomodándose a las prescripciones sanitarias, es decir a medio gas. Esto implicaría programar actos muy reducidos, restringiendo los aforos incluso al aire libre. Aquí las konpartsas también añadían el poder distribuir la agenda festiva por los barrios, una forma de compensar las suspensiones producidas en ellos. Finalmente surge la posibilidad de hacer un híbrido entre las dos anteriores opciones, es decir mantener ciertas actividades en las fechas correspondientes y dejar para más adelante los eventos más multitudinarios, como los conciertos.
Puestas así las cosas, no queda otra que esperar el desenlace. Y te lo contará, mejor que nadie, “La Ría del Ocio”.
Jose Mari Amantes