Reinar después de morir
Alguien me dijo “es convencional”. Pero el teatro puede ser convencional y fantástico igual que innovador y espantoso (y al contrario). Pedroche busca la excelencia dentro de la corriente principal de representación de nuestros clásicos, y vaya si la consigue. Para empezar, ha trasladado al elenco una forma de decir el verso que domina como actriz (atentos a las líneas de Julián Ortega que, además de componer uno de los poquísimos ‘graciosos’ no cargantes que he visto en mi vida, suelta plata pura por la boca). Ha sabido, además, casar la iluminación de Frazâo y la escenografía de Castanheira con el virtuosismo en el movimiento de intérpretes que esta propicia.
Siendo mucho, no es lo principal. A pesar de la evidencia del inevitable final, la tensión dramática recorre la función de cabo a rabo, salvando silencios interminables que, sin esta capacidad de mantener al espectador en vilo, serían la tumba de cualquier montaje. Ni los habituales carraspeos del público propios de los anticlímax se oyen, y eso lo dice todo. Ahora que el Teatro de la Zarzuela se ha atrevido (¡por fin!) con una obra cubana, quizá podamos pedir a la CNTC La reine morte, la versión francesa de esta historia escrita por el gran Montherlant, autor con la mirada siempre puesta en España y del que nadie parece acordarse.
Fecha de publicación: 31/01/2020