Jerusalem
El espectador avezado se echa a temblar cuando le dicen que dura tres horas. Pero desde el primer minuto se encuentra con un fulgor deslumbrante que hace que las dos horas hasta el entreacto pasen tan rápidas como el parpadeo que nos produce ese brillo cegador. Además, este texto de prodigiosa construcción (y más cosas prodigiosas) incorpora una subtrama de intriga que provoca el ansia del desenlace, y todo el mundo regresa raudo a su butaca para conocerlo. Jerusalem es una pieza-mundo, uno de esos retratos de un fragmento de realidad cuyo tema no se puede enunciar, porque son todos los temas: la vida, la muerte, el amor, el odio… Sexo, drogas, rock and roll y William Blake.
Blake entre toneladas de tradición literaria y de cultura popular en un magma cuya exégesis daría para gruesos volúmenes. No hay nada gratuito, los arquetipos saltan en la más inocente de las réplicas. Arquillué se sale (no es ninguna novedad), el dj tronado, el profesor chiflado, el tabernero machacado, los adolescentes en riesgo de no encontrar el camino de regreso a casa… se salen. El crítico es un tipo picajoso que busca peros, pero por más lupa que pongo solo encuentro uno: la voz de Arquillué es tan hermosa que no le cuadra a ese distinguido atorrante. Pero es tan hermosa que no importa. Valga la paradoja.
Fecha de publicación: 14/02/2020