Esperando a Godot
Una platea llena esperando a que empiece esta cumbre de la cultura europea me sigue emocionando. Y diría que no solo a mí: la primera vez que Vladimir dice “estamos esperando a Godot” se produce un silencio propio más de una liturgia que de una representación teatral, como si todos supiéramos que en el escenario se está produciendo algo tan fundamental para nuestra idea de civilización como la reflexión sobre el lugar que ocupamos en el mundo. Silencio religioso, acorde con la profundidad metafísica en la que se sumergen estos diálogos aparentemente banales y desnortados.
Pocas cosas peores que un Godot mal hecho. Un par de líneas fuera de lugar y los complicadísimos contrapesos que mantienen en equilibrio el frágil artefacto saltan por los aires. Simón ha dirigido con una idea muy clara del lugar en el que había que colocarlo, difícil de definir: no trágico, no apayasado (y he visto algunos buenos en ese registro), ligeramente cómico, en algún momento melancólico. Los intérpretes no se mueven ni un segundo de ahí. Torturados por una excelente escenografía de Azorín (les dificulta los movimientos, pero rinde que da gusto) no sueltan una que no se adivine planificada. Viyuela y Alberto Jiménez no aflojan en las dos horas largas en las que tienen que soportarlo todo sobre sus hombros. Albizu brilla cada vez que abre la boca o cambia el gesto.
Fecha de publicación: 29/11/2019