Entusiasmo y vacío
El enésimo intento del consorcio DC/Warner por acuñar un panteón fílmico de superhéroes tan exitoso como el de Marvel Studios produce una sensación agridulce. Las hazañas del todopoderoso regente de las profundidades que presta su título al filme, secundario de lujo en
Batman v Superman: El amanecer de la justicia (2016) y
Liga de la Justicia (2017), ostentan una cohesión y un sentido de la maravilla ausentes -salvo por
Wonder Woman (2017), más lograda que
Aquaman– del revuelto y oscuro universo extendido de DC. De hecho, la influencia pulcra de Marvel es patente, como las del pulp y un cine de aventuras tradicional. Sin embargo, como ya le ocurrió en otro episodio de saga del que se ocupó,
Fast & Furious 7 (2015), el entusiasmo aportado por el director
James Wan tiene bastante de fingido e impersonal. En
Aquaman pasan mil cosas, la pantalla rebosa de ruido y color, vertiginosos planos secuencia nos sumergen en profundidades abisales; pero ello no camufla la tosquedad de diálogos, interpretaciones y muchos efectos digitales y de montaje, las reiteraciones narrativas y lo pueril de los argumentos, la irrelevancia esencial del filme para el género superheroico.
Lo mejor:
La escena del descenso al Reino de la Fosa, en la que James Wan revalida su querencia por el terror
Lo peor:
La escasa química entre Jason Momoa y Amber Heard ejemplifica la falta de chispa real del filme