Los entresijos de un plebiscito crucial para la historia de Chile, dramatizados con criterio e imaginación visual por un inspirado Pablo Larraín
Tercer retablo del tríptico que retrata las luces y las sombras de la historia reciente de Chile y su traumática transición de la tiranía a la democracia, que tiene en Tony Manero y Post Mortem sus dos primeros capítulos, No se sumerge en el agitado escenario sociopolítico del plebiscito aquel con el que Pinochet pretendió el consenso del pueblo con su régimen de terror, pretendiendo perpetuarse en el poder indefinidamente pero con visto bueno de las masas. El final de la historia lo conocemos todos, pero eso resulta irrelevante. Lo verdaderamente notable de No es la inteligente aproximación colateral al gran acontecimiento a través de los ojos de un creativo publicitario encargado del diseño de la campaña del "no".
A través de ella Larraín propone una reflexión nada banal sobre ese peligroso punto de intersección entre marketing y alta política que, en manos de vendedores expertos, amenaza con desposeer la palabra democracia de significado real. Planteado como una monumental campaña, en la que las estrategias de captación de adeptos recuerda demasiado a una operación de marketing cualquiera para la caja tonta, Larraín cuestiona ciertos tópicos comunmente asumidos acerca de la democracia, y lo hace "sotto voce", con una admirable habilidad para la sugerencia que arroja luz sobre un período no bien conocido en Occidente huyendo de la mirada frontal y del relato histórico de perogrullo.
Pero entre tanto se descuelga con una sucesión de imágenes de calidad ínfima, que remiten al estilo audiovisual de los ochenta, rescatando imágenes de archivo y diseñando un sugerente híbrido de cine y documental televisivo anacrónico y trasnochado que alientan la arrolladora personalidad visual de una película que busca en ese juego de emulación cinematográfica de una cierta textura de la imagen, digna de cajón oscuro de hemeroteca, una inmersión a torso desnudo en los aledaños ochenteros del crucial plebiscito, abriendo de par en par una ventana a la tensión social imperante, sin esbozar moralejas, sin discursos políticos de perogrullo ni miradas retóricas a un período que, en sus manos, luce nuevo y revelador, dando empaque y solidez formal y conceptual a una película que se ha ganado a pulso su candidatura al Oscar como mejor película extranjera.
Lo mejor:
Una propuesta visual audaz y sorprendente
Lo peor:
Le falta un hervor para ser una película redonda