Exposición “Pienso, luego existo”
decía Descartes, aludiendo a que la razón
era la única forma para hallar la verdad.
Pero, ¿qué hay de racional en la pintura?
“Pintar no es pensar, es sentir”,
decía Esteban Vicente.
A partir de esta premisa surge una interesante
carrera artística que, si bien se inicia
dentro de los postulados de la figuración,
caminaría progresivamente hacia la abstracción.
Tras su formación académica e inicios
artísticos en el Madrid de los años 20,
Esteban Vicente
viviría entre París, Barcelona, Londres,
Murcia e Ibiza desde 1929 a 1936, centros
artísticos que le permitieron desarrollar
un nuevo proceso vital y artístico, fruto
de un ardiente anhelo de conexión con las n
uevas tendencias de modernidad y vanguardia.
Coincidiendo con el estallido de la Guerra Civil,
en septiembre de 1936, viaja a Nueva York y
tras unos años de indefinición estilística, en 1947
se produce su inmersión plena en la escena
neoyorquina, gracias a su relación con los más
importantes protagonistas del primer movimiento
genuinamente americano: el Expresionismo
Abstracto Americano.
La exposición Esteban Vicente.
Siento, luego
pinto, reúne una selección de setenta y tres
obras que pretende mostrar la evolución del
pintor en sus distintas etapas creativas, y de
las distintas técnicas por él exploradas desde
1950 hasta 1997: la pintura, el collage,
el dibujo y la escultura.
Asimismo, esta exposición pone de manifiesto
el carácter de secuencia de toda la producción
de Esteban Vicente pues si bien, como el mismo
decía, cada obra tiene su solución, también
es cierto que forma parte de un proceso cuya
base es la armonía.
Pinto para saber qué es la pintura
En los primeros años de la década de los 50 Vicente dialoga con la pintura gestual de sus compañeros de generación (De Kooning, Guston, Hofmann…), tamizado por su acento más lírico y poético, menos épico y heroico.
Las formas abigarradas, las masas de color que se mueven y entrelazan armoniosa y rítmicamente, guiadas por el trazo subyacente, en una suerte de grafismo, van evolucionando, a mediados de la década, en composiciones donde comienza a reinar el orden, el tiempo detenido, fruto de la alineación de formas cuadradas y aisladas en el centro de la obra.
La pincelada se hace más intensa, se acumulan las capas de color, se enriquecen los matices, se potencia la vibración, una notación musical se presenta ante nuestros ojos.
Poco a poco las formas se amplían y se hacen más regulares, mientras flotan en una atmósfera muy personal, que encontrará su cénit gracias al uso del que se convertirá en su gran aliado, el aerógrafo, a finales de la década de los 60, cuando nos adentramos en su época de madurez y en la experiencia de los campos de color.
Se concentra en investigar el comportamiento del binomio color-luz en sus “paisajes interiores”, composiciones casi arquitectónicas creadas gracias a inmensos estanques de color, de perfiles difusos, que se van simplificando en bandas y que, a mediados de los años 80, comienzan a incorporar las formas orgánicas trasunto de la naturaleza.
Pincel y aerógrafo conviven perfectamente en pro de una mayor libertad que, al tiempo, se deja ver en la multiplicación de la paleta de color y en la interrelación de las formas.
Los años finales dejan ver parte del lienzo blanco, que se convierte en fuente irradiante de luz, al tiempo que el lugar en que depositar sus sentimientos y sus preocupaciones: la belleza, la intimidad, el orden y la emoción.
Hasta el 2 de Junio en el Museo del Patio Herreriano.
https://www.museopatioherreriano.org/exposicion/esteban-vicente