Siguen lloviendo piedras
Simpatizante con una manera de entender la comedia típicamente británica, que causó furor en los 90 y principios de los 2000,
Pride desentierra una de las fórmulas mágicas, prácticamente infalible pero un tanto en desuso, del cine angloparlante de multisala: tras las ásperas denuncias hiperrealistas de
Ken Loach, Las películas de barricada que clamaban al cielo ante las secuelas de las políticas ultra liberales de Thatcher, cuajó una versión más amable de este movimiento típicamente inglés (que irradió también parcialmente a Irlanda), una estrategia menos bronca pero igualmente efectiva de dar fe de aquellos años de desindustrialización y aniquilación de las clases trabajadoras. Así surge y cuaja la comedia social de trinchera de las islas, que vuelve ahora a prestar servicio en un momento en el que los fantasmas del thatcherismo vuelven a estar más vivos que nunca en Reino Unido y en Europa.
Matthew Warchus opta por la versión más condescendiente y blandita de la fórmula, desgranando las miserias de las comunidades de mineros que en los 80 sufrieron especialmente los virulentos ataques de la Dama de Hierro y sus políticas. Warchus opta por la anécdota para ofrecer la instantánea, en clave guasona, de una época en la que los intereses del estado se divorciaron de los intereses de sus ciudadanos. El leitmotiv es la comunión de inercias e intereses entre el movimiento gay y las reivindicaciones de los sindicatos mineros, y a partir de esta se elabora un discurso en pro de la tolerancia, de la integración y solidaridad entre las incontables víctimas del infumable sistema.
Pride saca petróleo del manido pero rentable recurso del choque cultural, de la colisión entre mundos antagónicos: campo vs ciudad; veteranía vs juventud, heterosexuales de pro vs homosexuales. Subyace después de todo un abrupto sentimentalismo de brocha gorda, pero en líneas generales la comunión entre drama y comedia, entre cine político y producto de evasión puro y duro, funcionan bastante bien.
Pride cae simpática además por oportuna, porque el revival de este subgénero de la comedia british no es casual cayendo la que está cayendo, justo cuando vuelven a llover piedras a cántaros.
La cinta se propone también como irreverente tirón de orejas a esas nuevas generaciones acomodaticias que ahora permanecen inalterables, incapaces de defender los derechos que con tanto sudor y lágrimas conquistaron sus abuelos y padres. Y aunque Warchus incurre en ciertos pecados propios de ese cine que se esfuerza demasiado en agradar a todos, el invento funciona gracias, fundamentalmente, al oficio de un puñado de actores estratosféricos que disimulan a base de oficio los puntuales anacronismos, éticos y estéticos, de un filme de esos que se deshoja con sonrisa de oreja a oreja mientras te cabreas con la impresentable inhumanidad del sistema. Risas indignadas, pues, de notable factura.
Lo mejor:
Un elenco en estado de gracia
Lo peor:
Ciertos tics de comedia de multisala inevitables en una película de fórmula como esta