Matar al padre
De todas las relecturas de sus clásicos animados que Disney lleva a cabo desde hace unos años en imagen fotorrealista, esta versión de la brillante
Dumbo (1941) es la más sugestiva junto a
El libro de la selva (2016). Es cierto que como nueva aproximación a la historia de un pequeño elefante que vuela gracias a unas orejas desproporcionadas, lo que le convierte en un fenómeno circense, funciona a niveles de mítica y carisma peor que su predecesora: la mayor parte de lo que cuenta solo sirve para desviar la atención de sus argumentos principales -la apología de lo diferente, los vínculos emocionales y la libertad- sin aportar mucho a cambio, por culpa en buena medida de un
Tim Burton que ha renunciado como director a la creatividad. Ahora bien, en su segunda mitad, que se distancia del filme original,
Dumbo se constituye, lo haya pretendido o no, en una curiosa crítica desde parámetros ideológicos contemporáneos a una filosofía del espectáculo, también el cinematográfico, de la que Disney ha sido partícipe durante décadas y que practica aún hoy. La película es interpretable por tanto como revisión hiriente de una ficción, y, también, de sus parámetros productivos.
Lo mejor:
La película no deshonra el título original, pero sí se atreve a revisarlo en profundidad
Lo peor:
El excesivo metraje y su escasa pegada como fábula